Obama entró a la Casa Blanca
durante el crack financiero mundial más importante desde la depresión de los
años 30. Todo el mundo entró en recesión en 2008-2009. Siendo a) una crisis ya
empezada cuando llegó al poder y b) una crisis global, poco se puede culpar a
Obama de la recesión.
Aunque hay que tener en cuenta
que el crecimiento está estancado en comparación con el ritmo pre-crisis y que
los niveles de paro americano son similares que hace cuatro años. Sí que se
debe mirar con lupa la política económica seguida en el periodo 2008-2012, que
ha centrado parte del debate electoral y, de hecho, ha polarizado la opinión
publica norteamericana los últimos cuatro años.
Parte del argumento electoral de
Obama, culpar a la desregularización financiera de la era Bush como causante
principal de la crisis para limpiarse sus manos es falsa. Si bien está claro que
la desregularización financiera fue parte causante de la crisis, ésta empezó ya
con el gobierno Clinton, el mismo que ahora acompaña al presidente para rasgar
hasta el último voto.
Es más, después de mucha retórica
anti-Wall Street y pro-regulación, poco se ha adelantado estos cuatro años. De
hecho, Goldman Sachs y compañía, siguen controlando los pasillos del Capitolio
y evitan cualquier pieza de legislación que limite los privilegios del mundo
financiero.
Es justamente esto, una mayor
reactivación de la economía y una falta de combatividad desde qué se asentó en
la Casa Blanca, por lo que Obama produce decepción. Ya no ha llenado campos de
fútbol ni ha movilizado a tanta gente durante la presente campaña.
Sin embargo, parece que Obama va
a renovar la mayoría. Pero ya no es, no obstante, una aurea de ilusión y
esperanza, sino el mal menor entre dos planes económicos.
Pues sí que es cierto que ha
habido diferencias claras entre el enfoque de la economía de Obama y su
oposición republicana u otros países del mundo, como el Reino Unido y la Zona
Euro. Diferencias positivas que explican, en parte, la victoria.
En 2008, EEUU y el Reino Unido
compartían grandes sectores financieros, peligrosas burbujas inmobiliarias,
gigantes índices de deuda privada que mantenían artificialmente el consumo y
parecidos niveles de deuda pública.
Ambos países sufrieron la caída
de Lehman Brothers en setiembre de 2008 y la consiguiente expansión de la
crisis. La reacción inicial fue parecida: tipos de interés a cero, expansión
monetaria y contracíclicas políticas de estímulo fiscal.
El crecimiento de las dos
economías fue paralelo hasta medianos de 2010, cuando el nuevo gobierno de
coalición británico cambió radicalmente de política económica y la centró en la
austeridad, marcando como prioridad no el crecimiento sino la reducción de la
deuda pública.
No fue una locura de los
ingleses. Los vientos prusianos ya defendían esta tesis desde hacía meses, y
así se impuso a puño y letra a Grecia primero y a la demás periferia europea
después.
Al otro lado del Atlántico, los
republicanos asumieron la austeridad como pilar de su oposición. Se renovaron y
crecieron en 2009-2010 con la creación del Tea Party, que tiene entre sus
principales demandas la reducción del gasto público y la oposición a las
políticas de estímulo, a la sanidad pública o a las ayudas hipotecarias a las
clases medias.
Desde intereses empresariales
como los hermanos Koch o más ideológicos como Nial Ferguson, la derecha
neoconservadora americana ha estado criticando los últimos años la política
económica de Obama, la estigmatización del estado, las políticas sociales y
cualquier intervención de la economía.
Aún con la pérdida de aliados
internacionales y de instituciones como el FMI, la bajada delrating a su deuda
soberana, y a una crecida oposición interna que ganó las elecciones a la Cámara
de Representantes, Obama siguió con sus políticas de estímulo durante el 2011 y
2012, conducida por el ministro del Tesoro Timothy Geithner y aupado por neo-keynesianos como Paul Krugman.
El resultado es evidente. Obama
no sólo ha evitado el colapso del sistema: ha protegido la industria domestica,
ha dinamizado el consumo y desarrollado la inversión en energía.
Ha conseguido un nivel de
crecimiento mayor que el Reino Unido o Europa, superando ya los niveles de
2007. De hecho, el diferencial con el Reino Unido se ha profundizado desde la
aplicación de la austeridad en las islas. Desde el tercer trimestre de 2010, la
economía americana ha crecido un 2.7%, mientras que la británica se ha
contraído un 0.8%.
Y, si el teórico motivo de la
austeridad era sacrificar el crecimiento a corto plazo para reducir el déficit
publico y reequilibrar la economía, un contraste entre los países muestra que ni
para esto ha servido.
El déficit publico en EEUU se ha
reducido del 10.5% del PIB en 2010 al 8.2% en 2012, una reducción superior a la
del Reino Unido, que ha bajado del 9.8% al 8.1%.
En sí, no solo se ha conseguido
el crecimiento y empleo sino que se ha reducido el déficit público más
ampliamente que aquellos países que han apostado estoicamente por la
estabilidad presupuestaria como principal objetivo.
El centro americano, aun
sufriendo las consecuencias de la crisis, reconocen que un gobierno republicano
obsesionado con políticas de déficit pondría en peligro la recuperación
económica tal y como esta pasando en el Reino Unido y la Zona Euro.
Las constantes referencias a
España, Grecia o la zona euro por parte de la campaña demócrata o Krugman, son
su intento de explicar a la población cual serían los resultados en la economía
si ganaran los republicanos.
Es más, el plan económico de
Romney no cuadra. Incluso desde posiciones neoliberales como The Economist, se
ha renegado de la viabilidad del proyecto republicano y han endorsado a Obama.
Romney pretende, al mismo tiempo,
mantener los beneficios fiscales a las rendas más ricas, aumentar el
presupuesto militar y eliminar el déficit publico estructural en los próximos
cuatro años, sin tocar los programas de sanidad y pensiones públicos (o
tocándolos, pero con la garantía promesa de que el saldo a recibir para el
ciudadano será idéntico).
Si Romney es incapaz de convencer
de pleno a sus cercanos ideológicos, complicado está ganarse a un centro
americano que tiene muy reciente aún el final de la era Bush. El candidato republicano no ha
conseguido separarse del pasado de su partido y de la desregularización que
condujo a la crisis.
El discurso pro-redistribución de
Obama y el apoyo a las clases medias en un momento que van perdiendo
constantemente poder adquisitivo es clave para entender la victoria demócrata.
Qué parte hay de retórica
electoral en el discurso progresista sólo el tiempo lo dirá. Y bien pronto,
pues a uno de enero de 2013 se deberá llegar a un acuerdo entre la Casa Blanca
y el Congreso para el presupuesto. Y parece indicar que, aún si los demócratas
ganan, el fantasma de la austeridad seguirá recorriendo Occidente.
Constantí Segarra.
boxedpress.com
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