jueves, 31 de enero de 2013

Y tú más.


La última sesión parlamentaria de control al Gobierno estaba inevitablemente centrada en la corrupción. Como la sociedad española vive sobrecogida por una mancha negra de escándalos cada vez más profundos y generalizados, parecía inevitable un debate serio, capaz de asumir responsabilidades y de ofrecer alternativas. Pero el PSOE se comportó de forma tímida, maniatado por sus propias sombras, como si la pretendida responsabilidad de Estado se confundiese cada vez más con la complicidad íntima en un sistema podrido.

Los gobernantes del PP, por su parte, se refugiaron en la conocida receta del tú más. La única estrategia clara del Presidente y de la Vicepresidenta consistió en pedirle silencio al PSOE porque tiene también cosas sobre las que callar. Esa fue la altura política de los representantes de un partido que está acusado en público por la prensa y por su antiguo tesorero de cobrar comisiones ilegales y repartir sobres con dinero negro entre sus máximos dirigentes. La contabilidad personal del tesorero Bárcenas recoge pagos hasta a J. M. (José María Aznar, se supone), Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal. Después de ellos, sigue una inmensa lista con la mayoría de los notables del partido. Cuando el coordinador de Izquierda Unida tomó la palabra para pedir explicaciones parlamentarias –sin tapujos ni cadenas en sus palabras-, el Presidente se limitó a rogarle que callara y que colaborase con la gran farsa.

Este país respira con el alma en los pies, descubriéndose a sí mismo como una gran mentira porque la vida cotidiana, la existencia de la gente, tiene muy poco que ver con sus gobernantes, sus políticos, sus instituciones. Más allá del PP y del PSOE, los escándalos envenenan también las manos del nacionalismo catalán y de la casa real. Ya no es posible ni siquiera ese silencio pactado e “inocente” sobre la monarquía que fundo en falso la democracia española a la muerte del dictador.

La lógica del tu más ha sido la salsa de la cocina bipartidista. Los españoles llevan años convocados a las urnas gracias al rencor. El mío roba, pero el tuyo más. No voto por fe en Mariano Rajoy, sino por odio a Zapatero. No me ofrece mucha confianza Rubalcaba, pero es que la derecha bárbara da miedo. Ha sido el rencor hacia los otros el mejor sostén de una dinámica bipartidista basada en una ley electoral manipuladora y condenada a crear insatisfacciones, pactos de silencio, debates huecos y sentimientos de despego a la democracia y la política.

El problema es que ahora el rencor fomentado en los ciudadanos se ha quedado suelto, flecha sin blanco, malestar sin destino establecido. Las encuestas confirman una y otra vez que la caída del PP no supone un apoyo al PSOE. Los dos partidos se hunden de la mano. La realidad de la gente es tan dura, el empobrecimiento de la población es tan evidente, los casos de corrupción hacen tanto daño, el impudor de la banca para la que trabajan los partidos mayoritarios resulta tan manifiesto, que la experiencia individual ha roto la gran mentira colectiva del enfrentamiento bipartidista. La perpetuación de su ciclo sólo es posible con el desgraciado acartonamiento o la congelación total de la democracia.

¿Y si el ciclo bipartidista no se perpetúa? El rencor suelto de la población contra los políticos en general –no ya contra el PSOE o el PP- puede ser el caldo de cultivo de opciones populistas de carácter totalitario. Ya empiezan a oírse voces que piden una mano fuerte que acabe con el desmadre y ya hay en Cataluña y en la Comunidad de Madrid opciones políticas parlamentarias que pueden jugar ese papel con eficacia.

Hay otra opción, desde luego. Es posible la reivindicación de la política y la democracia a través de una alternativa cívica que asegure la transparencia, la independencia, la libertad y el protagonismo del tejido social ante el asalto de los poderes financieros y de las élites económicas.

Hablando de la España de Alfonso XIII, Unamuno –antes de caer por unos días en la tentación de la mano de hierro-, escribió que ninguna nación puede fundarse en la mentira. Los acontecimientos actuales, en el fondo, vienen a demostrar que el Reino democrático de España – perdón por el oxímoron- se fundó en grandes mentiras. Políticos y periodistas convertidos en cortesanos, han contribuido a esta farsa del rey castizo. Desmantelar la mentira es hoy un afán patriótico y democrático. Patriótico, porque debemos dar una respuesta política al abatimiento económico y moral de la nación. Democrático, porque no podemos dejarle espacio una vez más a la mano de hierro, al salvador o a la salvadora de la patria. El coraje cívico –en el periodismo, la política, el sindicalismo, la sociedad… – es ya una urgencia.




viernes, 25 de enero de 2013

Las reglas del juego.


En el marco de una España triturada y ardiente literal y metafóricamente, se presenta un intenso debate que enfrenta al hombre frente al Mundo, ese Mundo de hoy que da la sensación de estar implosionando ante nuestros ojos, sin que apenas podamos reaccionar ni tomar medida alguna para destruir el detonador a tiempo.

España continua inmersa en una profunda crisis que comenzó allá por 2008 y que venimos arrastrando con continuas referencias sobre su final, pero con repetidas pruebas de que tal objetivo no se vislumbra observando en el horizonte más cercano, ni, incluso en el más de los lejanos.

Está crisis tiene sus responsables, unos responsables que han aceptado una teoría económica, el neoliberalismo, como si fuese una verdad fundamental. Por un lado están todos esos dirigentes políticos de PSOE y PP, que han gobernado en un largo periodo de tiempo que comienza en 1982 y que ha venido a naufragar a estas vírgenes orillas de 2013. Por otra parte, encontramos a todo el mundillo financiero: banqueros, responsables de cajas de ahorro, Banco de España…

Todos estos responsables no han rendido, ni están rindiendo cuentas; ni tampoco pasando por tribunales. Mientras existen ciudadanos que están siendo despojados de viviendas, arrancados de recuerdos, despegados de vidas, arrebatados de dignidad; los responsables, responsables a los que podemos señalar con una varita, por decisiones y actuaciones que han incidido en el aumento y la aceleración de una crisis que ahoga al ciudadano medio, se encuentran sin dar explicación alguna, y ni siquiera han sido objeto de represalias ciudadanas contundentes, que es lo mínimo que merecen.

En España se ha producido un profundo fracaso de la clase política dominante sumado a una situación catastrófica reinante, y se le han hecho pagar las consecuencias a la sociedad con un castigo categóricamente inmerecido. Un castigo en forma de injustas medidas, que han provocado un escándalo social, ya que los ciudadanos han considerado esta serie de decisiones legales, por parte del gobierno, como ilegitimas.

He aquí cuando entramos en el profundo debate de la subjetividad. Esa subjetividad que hace que el ciudadano considere que las medidas son injustas e ilegitimas; mientras que el político las considera y las establece como legales y constitucionales. Desde los tiempos más remotos ha existido la esclavitud, una esclavitud “legal” que con el tiempo, al surgir la opinión pública, se consideró escandálizante y denigrante. Poco a poco se reformaron las leyes, y se abolieron este tipo de prácticas.

Éste símil argumenta y expone mi propósito, un propósito que no es otro que establecer las pautas e imponer los cimientos necesarios para cambiar las reglas del juego. La sociedad debe darse cuenta de que el estado del bienestar se ha desmotado, y se ha desmontado no para ser reconstruido. Los ciudadanos debemos tomar conciencia de que esto no solo se trata de “un mal momento”, debemos recapacitar y asimilar que el sistema lo que pretende es que todos tengamos un comportamiento domesticado, quiere mantener una obediencia civil, y todo lo contrario perturba el sistema.

El problema no es poner en causa la democracia, los ciudadanos siempre pedimos más democracia. Todos sabemos que cualquier experiencia que sea un callejón sin salida para la democracia no da resultados. Llegado este momento, la historia nos demuestra que o hay una convulsión en forma de incendio social - que nadie debe desear - o bien hay que cambiar la reglas del juego.

Cuando nos encontramos ante una situación como la actual, en la que todo el edificio institucional, desde lo más elevado: la Corona, pasando por la Iglesia, la Justicia, el Parlamento, el Gobierno, la Autonomías, las instituciones financieras, el Banco Central… está cuestionado, evidentemente hay que intentar cambiar las reglas del juego. Hay que volver a repartir las cartas. Hay que plantearse la necesidad de cambiar de Constitución.


Este sistema que tenemos, una Monarquía Constitucional, está agotado; quizá haya que ir hacia una Tercera República. Cuando las familias veían que con su trabajo los hijos iban a vivir mejor que los padres… es posible que no fueran cuestiones tan pertinentes, pero hoy estamos ante un sistema carcomido, un sistema que no funciona. Si los hijos, que tienen mejor formación que los padres, van a tener mayores dificultades para vivir y una parte importante de ellos van a tener que emigrar, es profundamente evidente que el sistema no funciona y ha involucionado.

Por todo esto creo que se ha formado el caldo de cultivo perfecto para tomar cartas en el asunto, creo que existe la suficiente justificación para que surja un movimiento de desobediencia civil. El cuarto poder – la opinión pública – debe rechazar que los gobiernos construyan democracias autoritarias. La desobediencia civil no va en contra de la democracia, le añade una dimensión, la dimensión participativa de la ciudadanía. Una dimensión totalmente necesaria para cambiar las reglas del juego, para transformar un sistema que ahoga, exprime, desespera y mata, en un engranaje en donde la sociedad sea participe y tome sus propias decisiones; en un Mundo donde el ciudadano sea el dueño de su presente y futuro.

Cambiemos el rumbo de las cosas, cambiemos las reglas del juego. No escuchemos esa voz que dice: “poco puedo hacer”, porque muchos pocos; es mucho. Nosotros tenemos el poder para cambiar las cosas. ¡¡.Intentémoslo.!!


Alfredo León
Twitter: @fefifredo

lunes, 21 de enero de 2013

Silencios eternos.


Hay un millón de cosas que tuve que decir; y no dije nunca.

Es un poco triste descubrirse a uno mismo, pensando cosas que después nunca terminas diciendo. Y es que muchas veces pensamos que las cosas ya están dichas; y no es así.

Y es que hay mil formas de decir te quiero, mil maneras de quererse, mil maneras de echarse de menos; pero hay que decirlo. Las cosas las podemos seguir suponiendo el resto de la vida, pero mientras no se dicen; no valen lo mismo.

Hay mil cosas que pasan al día en las que no prestamos ninguna atención. Ese deje absoluto de todo... Tu madre, tu padre, tu pareja, tus amigos, los que no lo son.. En fin, millones de cosas...

Porque no hay años que sirvan para encubrir las palabras que no se dijeron nunca. Porque es mucho más bonito saber, que alguien siente por ti, que imaginárselo.

A veces abrimos la ventana y nos damos cuenta de que podemos pasarnos toda la vida observando; sin decir nada, sin hacer absolutamente nada.

Y es que es más bonito decir un te quiero, que imaginárselo. Es mucho más bonito dar un abrazo, que imaginárselo. ¡¡.Digámoslo, hagámoslo.!!

Les invito a reflexionar sobre ello. Y a que no se les quede, nunca, nada en el tintero. Porque hay ocasiones en esta vida, en la que no existen dos oportunidades.

Alfredo León
Twitter: @fefifredo