En
el marco de una España triturada y ardiente literal y metafóricamente, se
presenta un intenso debate que enfrenta al hombre frente al Mundo, ese Mundo de
hoy que da la sensación de estar implosionando ante nuestros ojos, sin que
apenas podamos reaccionar ni tomar medida alguna para destruir el detonador a
tiempo.
España
continua inmersa en una profunda crisis que comenzó allá por 2008 y que venimos
arrastrando con continuas referencias sobre su final, pero con repetidas
pruebas de que tal objetivo no se vislumbra observando en el horizonte más
cercano, ni, incluso en el más de los lejanos.
Está
crisis tiene sus responsables, unos responsables que han aceptado una teoría
económica, el neoliberalismo, como si fuese una verdad fundamental. Por un lado
están todos esos dirigentes políticos de PSOE y PP, que han gobernado en un
largo periodo de tiempo que comienza en 1982 y que ha venido a naufragar a
estas vírgenes orillas de 2013. Por otra parte, encontramos a todo el mundillo
financiero: banqueros, responsables de cajas de ahorro, Banco de España…
Todos
estos responsables no han rendido, ni están rindiendo cuentas; ni tampoco
pasando por tribunales. Mientras existen ciudadanos que están siendo despojados
de viviendas, arrancados de recuerdos, despegados de vidas, arrebatados de dignidad;
los responsables, responsables a los que podemos señalar con una varita, por
decisiones y actuaciones que han incidido en el aumento y la aceleración de una
crisis que ahoga al ciudadano medio, se encuentran sin dar explicación alguna, y
ni siquiera han sido objeto de represalias ciudadanas contundentes, que es lo mínimo
que merecen.
En
España se ha producido un profundo fracaso de la clase política dominante
sumado a una situación catastrófica reinante, y se le han hecho pagar las
consecuencias a la sociedad con un castigo categóricamente inmerecido. Un
castigo en forma de injustas medidas, que han provocado un escándalo social, ya
que los ciudadanos han considerado esta serie de decisiones legales, por parte
del gobierno, como ilegitimas.
He
aquí cuando entramos en el profundo debate de la subjetividad. Esa subjetividad
que hace que el ciudadano considere que las medidas son injustas e ilegitimas;
mientras que el político las considera y las establece como legales y
constitucionales. Desde los tiempos más remotos ha existido la esclavitud, una
esclavitud “legal” que con el tiempo, al surgir la opinión pública, se
consideró escandálizante y denigrante. Poco a poco se reformaron las leyes, y
se abolieron este tipo de prácticas.
Éste
símil argumenta y expone mi propósito, un propósito que no es otro que
establecer las pautas e imponer los cimientos necesarios para cambiar las
reglas del juego. La sociedad debe darse cuenta de que el estado del bienestar
se ha desmotado, y se ha desmontado no para ser reconstruido. Los ciudadanos debemos
tomar conciencia de que esto no solo se trata de “un mal momento”, debemos
recapacitar y asimilar que el sistema lo que pretende es que todos tengamos un
comportamiento domesticado, quiere mantener una obediencia civil, y todo lo
contrario perturba el sistema.
El
problema no es poner en causa la democracia, los ciudadanos siempre pedimos más
democracia. Todos sabemos que cualquier experiencia que sea un callejón sin
salida para la democracia no da resultados. Llegado este momento, la historia
nos demuestra que o hay una convulsión en forma de incendio social - que nadie
debe desear - o bien hay que cambiar la reglas del juego.
Cuando
nos encontramos ante una situación como la actual, en la que todo el edificio
institucional, desde lo más elevado: la Corona, pasando por la Iglesia, la
Justicia, el Parlamento, el Gobierno, la Autonomías, las instituciones
financieras, el Banco Central… está cuestionado, evidentemente hay que intentar
cambiar las reglas del juego. Hay que volver a repartir las cartas. Hay que
plantearse la necesidad de cambiar de Constitución.
Este
sistema que tenemos, una Monarquía Constitucional, está agotado; quizá haya que
ir hacia una Tercera República. Cuando las familias veían que con su trabajo
los hijos iban a vivir mejor que los padres… es posible que no fueran
cuestiones tan pertinentes, pero hoy estamos ante un sistema carcomido, un
sistema que no funciona. Si los hijos, que tienen mejor formación que los
padres, van a tener mayores dificultades para vivir y una parte importante de
ellos van a tener que emigrar, es profundamente evidente que el sistema no
funciona y ha involucionado.
Por
todo esto creo que se ha formado el caldo de cultivo perfecto para tomar cartas
en el asunto, creo que existe la suficiente justificación para que surja un movimiento
de desobediencia civil. El cuarto poder – la opinión pública – debe rechazar que
los gobiernos construyan democracias autoritarias. La desobediencia civil no va
en contra de la democracia, le añade una dimensión, la dimensión participativa
de la ciudadanía. Una dimensión totalmente necesaria para cambiar las reglas
del juego, para transformar un sistema que ahoga, exprime, desespera y mata, en
un engranaje en donde la sociedad sea participe y tome sus propias decisiones; en
un Mundo donde el ciudadano sea el dueño de su presente y futuro.
Cambiemos
el rumbo de las cosas, cambiemos las reglas del juego. No escuchemos esa voz
que dice: “poco puedo hacer”, porque muchos pocos; es mucho. Nosotros tenemos el
poder para cambiar las cosas. ¡¡.Intentémoslo.!!
Alfredo León
Twitter: @fefifredo
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